lunes, 14 de diciembre de 2020

La escuela o es inclusiva... o si no ¿qué es?

 No será fácil, pero será

 


Como tantos otros retos que la humanidad se ha propuesto antes y parecían a priori misiones imposibles de cumplir, la inclusión educativa, por difícil que parezca, llegará a instaurarse definitivamente en todos los colegios.

¿Por qué? Porque no hay nada que defina mejor al ser humano que el vivir en sociedad con los demás y compartir y aprender juntos.

 

De esto saben mucho nuestros alumnos. Quizá no de forma consciente, pero cada día que comparten en las aulas con sus compañeros, cada día que aceptan a los demás como son y cada día que consideran a todos los miembros de la comunidad educativa como partes iguales de un mismo todo, se van a casa habiendo aprendido mucho. Por supuesto, no solo hablamos de contenidos curriculares, porque en nuestros colegios no nos preocupamos sólo de eso; también habrán aprendido de experiencias basadas en valores básicos de buenos cristianos.

 

La inclusión nació no hace mucho (el 10 de junio de 1994 con la Declaración de Salamanca), pero desde el principio se presentó ante el mundo como la revolucionaria y nueva fórmula para que todas las personas, tengan las características que tengan, sean consideradas y se sientan como iguales.

Obviamente, esto es algo bueno para todos, puesto que a nadie le gusta sentirse “diferente” al gran grupo y nadie está exento de ello. Es algo de lo que tenemos que concienciarnos.

 


En nuestros colegios ya hace tiempo que caminamos en esa dirección, aunque cada día se hace más presente.

La escuela se ha de adaptar a sus alumnos y no al revés. Somos conscientes de que “cada persona es un mundo” y esos mundos hay que atenderlos como necesiten.

Ya no debemos sostener por más tiempo la idea de escuela tradicional, donde la clase se daba de forma inmovilista y los alumnos tenían que hacer por entenderlo todo, les costase lo que les costase. Eso, siempre y cuando lo consiguiesen, que por desgracia no siempre ocurría, y muchos de ellos se veían perjudicados por ello.

No. Esto no debe ser así.

Con esto no estamos diciendo que el alumnado tenga que dejar de esforzarse. Para nosotros, la cultura del esfuerzo es fundamental para tener éxito en la vida.

Pero lo que decimos es que hemos de ser lo suficientemente resolutivos y eficaces como para saber qué alumnos tenemos delante y cómo llegar a todos y cada uno de ellos.

Y ellos han de aprender a valorar y respetar a las personas no solo por lo que se ve, sino también por lo que no se ve, hasta que lo tengan tan interiorizado que ya sea algo natural y no al revés.

 

Volvemos al principio. Parece imposible. Pero nada más lejos de la realidad.

Todos los miembros de la comunidad educativa (alumnos, profesores, etc.) hemos de salir de nuestra zona de confort con roles y prejuicios obsoletos per saecula saeculorum heredados y estar abiertos al cambio, siempre desde el más absoluto respeto.

Vivimos en una sociedad multicultural y multidisciplinar, en la que cada día, de forma presencial o a través de las redes, estamos en contacto con cientos de personas distintas a nosotros mismos. Y de todas podemos aprender.

En esta vida, lo que aporta es lo que importa y, por supuesto, todos los seres humanos aportamos e importamos, de la misma manera que a nosotros los demás nos aportan y nos importan. 

 

Carolina Alcaide. Colegio Claret Valencia-Benimaclet

martes, 24 de noviembre de 2020

¿Por qué aprenden nuestros alumnos?

Permitidme que os presente, o en caso de conocerlo, a John Hattie. Hattie es el responsable del mayor meta-estudio referido a los factores que influyen en los aprendizajes de los alumnos. Esta investigación fue publicada en 2009 con el título Visible Learning, haciendo referencia a su intención de dar visibilidad a todo aquello que impacta, en mayor o menor medida, en el proceso de aprendizaje de nuestros alumnos. Aquel trabajo, después de varias actualizaciones, recoge un total de 1.400 meta-análisis sobre más de 80.000 estudios diferentes sobre el tema y llega a definir 252 variables.

Su autor descubrió que el tamaño del efecto promedio de todas las intervenciones que realizó era de 0,40. A partir de este valor, que estableció como punto de inflexión, determina la relevancia del impacto que cada uno de los factores tiene sobre el efecto deseado: el aprendizaje.

He aquí una infografía que recoge algunas de las variables estudiadas: 

En su revisión de 2011 profundiza aún más y reduce a cinco los factores que más influyen en el éxito de los procesos de aprendizaje:

 

1.     La relación profesor-alumno: profesores apasionados, que sepan crear el vínculo con sus alumnos. La retroalimentación frecuente: profesor-alumno y alumno-profesor como elemento clave de la personalización de la enseñanza.

2.     Las expectativas de éxito: convencer a cada alumno de que será capaz, con el tiempo necesario, de alcanzar sus objetivos.

3.     Las estrategias de metacognición, tanto de los alumnos como de los profesores como colectivo: la capacidad de los profesores para juntarse y pensar juntos sobre su práctica docente (eficacia colectiva del profesorado).

4.     El aprendizaje entre iguales: el grupo como elemento básico de crecimiento, de autoevaluación y autorregulación mediado por el profesor.

5.     El reto como fuente motivadora: no hay nada más potente que la curiosidad, que la capacidad de crear disonancia cognitiva, el cerebro está diseñado para no tolerarla y, por lo tanto, la motivación será tan alta como sea necesario para resolverla.

Todas estas dimensiones tienen una correlación positiva mayor de 0,70 en las conclusiones elaboradas por Hattie. Son evidencias, es ciencia. ¿Qué podemos añadir?

Me gustaría que el lector cruzara estos cinco grandes factores con las “piedras grandes” de nuestro Modelo Pedagógico: Personalización, la Tecnología al servicio del Aprendizaje y Aprender a Gestionar Inteligentemente las Emociones.

Por último, quisiera señalar que entre los 10 factores que más favorecen el aprendizaje no están ni los factores económicos (ni macro, ni micro), ni el tamaño de las escuelas (ni de las aulas), ni el número de ordenadores por aula, ni las tareas para casa, ni la participación de los padres, ni las vacaciones, ni el mobiliario.

Nada más y nada menos. Por lo menos para darle una vuelta, para pensar. Todo dato es interpretable, subjetivo de utilizarse en uno u otro sentido, pero es bueno conocer el dato.

Y, por cierto, estudiar en un colegio con ideario religioso influye positivamente en el aprendizaje… aunque solo sea un 0,24.

Gonzalo Martínez-Claret Segovia
Paula Merelo-Claret Madrid

martes, 10 de noviembre de 2020

LAS EMOCIONES ENTRAN EN LA ESCUELA

 

QUE NUESTRAS EMOCIONES NOS MOVILICEN Y QUE NUESTRA RAZÓN NOS GUÍE

Cualquier profesor, a estas alturas, debería tener ya claro que es imposible dejar de lado las emociones en el aula. Cuando cada uno de nuestros alumnos traspasa la puerta de clase, entra con todo su potencial para sentir y para pensar. Nadie puede dejar sus sentimientos guardados en la mochila. Para empezar, esto es así, porque, como ya demostró el neurólogo Antonio Damasio con el caso de Elliot, cuando nos falta conciencia de nuestros propios sentimientos, somos incapaces de tomar decisiones. Elliot era un abogado de éxito, pero, tras extirparle un tumor, perdió todo contacto con su “cerebro emocional” (la amígdala y otras regiones adyacentes) y, con ello, perdió toda capacidad de tomar decisiones. ¡La falta de conciencia de sus propios sentimientos le convirtió en alguien completamente apático y dependiente!

Quizás alguno ya se esté frotando las manos al ver una posibilidad de tener sentados en los pupitres una masa informe de niños apáticos sin capacidad de sentir emociones, pero la evidencia nos dice que negar nuestras emociones es perjudicial y que intelectualizar disminuye la vitalidad. Esto no quiere decir que, cayendo en el otro extremo, debamos quitar importancia a la razón frente al corazón. No, la verdadera inteligencia emocional implica que nuestras emociones nos movilicen y que nuestra razón nos guíe. Las emociones son vitales porque nos aportan información relacionada con nuestro bienestar haciéndonos saber si se están satisfaciendo o no nuestras necesidades y, con ello, la razón es fundamental porque le toca la tarea de darnos a entender cómo consigo alcanzar o desestimar lo que la emoción me propone.



Así, por ejemplo, la sorpresa, una emoción que debería estar muy presente en nuestras aulas, te informa de que algo nuevo e interesante está apareciendo y te predispone a abrirte a esa novedad. Y cuando uno de nuestros alumnos siente vergüenza, por poner otro ejemplo,es porque su sistema emocional valora que está demasiado expuesto y las otras personas de la clase o el profesor no le van a apoyar en sus acciones.

¿Y qué pasa, por último, con el enfado? Pues para empezar que, si es una respuesta sana y adaptativa, nos informa de que, por ejemplo, alguien está traspasando nuestros límites. Lo sano es que un niño se enfade cuando otro le quita las pinturas sin su permiso. Otra cosa es que no sea lo más correcto solucionar el conflicto con un manotazo o un fuerte empujón. Lo que quiero decir es que la inteligencia emocional no separa entre emociones “buenas” (todas aquellas relacionadas con la alegría, el amor y la sorpresa) y “malas” (todas aquellas relacionadas con la tristeza, el enfado, el miedo o el asco), sino que distingue entre lo que siento ante acontecimientos, que pueden ser agradables o desagradables. Volviendo a nuestro ejemplo: No debe confundirse el enfado (una emoción adecuada) con agresividad (una conducta desapropiada). Una cosa es reprimir la conducta agresiva y otra que los alumnos aprendan que enfadarse es malo (cuando muchas depresiones surgen por no saber manifestar nuestro enfado o malestar).

En definitiva, urge que los docentes estemos formados lo suficientemente en inteligencia emocional para atender a nuestras propias emociones y a las que van apareciendo en nuestras aulas.

                               Víctor Vallejo. Profesor de filosofía y religión en el colegio Claret de Madrid.

lunes, 19 de octubre de 2020

SONRIENDO CON LA MIRADA

SABÍAMOS QUE NADA IBA A SER IGUAL

Sabíamos que iba a ser un comienzo distinto y no exento de dificultades y, por eso, comenzamos a prepararlo en abril. Sí, en abril, cuando todavía no nos habíamos recuperado del trauma que supuso el cierre de nuestros colegios por el estado de alarma y la necesidad de estar confinados. 




 Han sido muchos días de trabajo de nuestros equipos directivos que, ante el silencio e incertidumbre generada por las administraciones educativas, se vieron forzados a imaginar múltiples escenarios manteniendo un único objetivo, casi una obsesión, el cuidado de la salud de todos los miembros de nuestra comunidad educativa, y un mantra repetido: tenemos que ir siempre un paso por delante de las medidas de seguridad que nos marquen las autoridades sanitarias y educativas. Nuestros centros educativos tienen que ser espacios seguros. Las once versiones que llevan nuestros protocolos institucionales de actuación ante la pandemia dan buena cuenta de este trabajo y de esta preocupación.

 Sabíamos que nada iba a ser igual y así fue. 

 Comenzamos sin besos ni abrazos, pero sonriendo con los ojos. Porque sí, hemos tenido que aprender a sonreír con los ojos por encima de la mascarilla. Nos hemos abrazado en la distancia, sin tocarnos, y hemos sentido que nuestros corazones pueden estar muy cerca, aunque nosotros debamos estar a metro y medio unos de otros. Hemos vuelto con nuevos hábitos, con nuevas rutinas, pero dispuestos a seguir, con más empeño si cabe, en nuestra labor educativa y evangelizadora. Y por eso, este curso, queremos cuidar especialmente la gestión de nuestras emociones en este retorno a las aulas en el que todos hemos perdido algo o a alguien y algunos mucho e incluso a muchos. Y por eso nuestros responsables de pastoral nos buscaron un lema que quería ser un concentrado de toda nuestra pastoral escolar y surgió: ¡Arriba los corazones!

En medio de esta “anormal” nueva normalidad que nos toca vivir, tenemos que cuidar nuestros corazones y tenemos que ayudarnos a levantar los corazones porque hoy, más que nunca, en nuestros colegios queremos cuidarnos, cuidar a nuestros alumnos y que aprendan a cuidase para que todos podamos cuidarnos. Pero cuidando especialmente el corazón, algo por cierto muy nuestro, muy identitario, pues dos de nuestros colegios llevan esa palabra en su denominación.

Cuando ya faltan pocos días para la fiesta de nuestro Fundador, el P. Claret, podemos decir que nuestros colegios se han convertido en lugares de acogida, en puntos de encuentro y de estabilidad en medio de la marejada que la pandemia ha provocado. Y nuestro compromiso es seguir siéndolo todo el tiempo que haga falta. Por eso no sería justo terminar esta breve reflexión sin poner en valor y agradecer, de corazón, el esfuerzo y el compromiso de todo el personal de nuestros centros que día a día nos demuestran su calidad y calidez humana, y el apoyo incondicional de las familias que nos han confiado la educación de sus hijos.

Gracias a todos y… ¡arriba los corazones!


J. Basilio Álvarez Llana

Coordinador Equipo de Titularidad

Colegios Claretianos Prov. Santiago

 

martes, 16 de junio de 2020

DIRIGIR EN LA DISTANCIA... EL ARTE DE ACOMPAÑAR



Si tuviéramos que describir cómo ha sido nuestro trabajo en los últimos tres meses, tardaríamos en encontrar las palabras precisas que definieran un tiempo lleno de incertidumbres, oportunidades y nuevos retos. En cuestión de días, incluso horas, nos vimos obligados a dejar atrás nuestras afianzadas formas de hacer para iniciarnos en un mundo nuevo para la docencia. De la noche a la mañana nos encontramos con una barrera infranqueable entre nuestros alumnos (y sus familias) y el colegio y sus profesores: LA DISTANCIA.

Nuestras rutinas perdieron el sentido, entradas y salidas, saludos y miradas, recreos y timbres, pasillos y aulas desaparecían para dar paso al único nexo de unión que nos quedó: la pantalla de un ordenador. De pronto nos encontramos ubicados en el salón de cada una de las casas de nuestros alumnos. No podíamos dar crédito, pero así fue. Había pues, que recalcular. En nuestro GPS debíamos encontrar cuál sería la mejor ruta para seguir nuestro camino. Y así hicimos.

¿Por dónde empezar?
Nuestro punto de partida estuvo claro: Nuestra prioridad, el bienestar de nuestros alumnos y sus familias. Nuestro lugar, a su lado, acompañando, cuidando, ofreciéndoles lo que estuviera en nuestra mano, dejando todo lo académico en un segundo plano para cuidar su estado emocional ante una situación que se presentaba nueva para todos.
¿Cómo podíamos ofrecerles nuestra mano en la distancia? Solo había un camino, la tecnología. La tan traída y llevada tecnología. Aquella a la que no terminábamos de darle un sitio, la tan querida por unos y denostada por otros, venía ahora para ser la grúa que nos sacara a todos de un atolladero que no ofrecía más que esta única salida. Ahora bien, debía ser utilizada con corazón, debíamos imprimirle alma a la fría pantalla. Nos iba nuestra identidad en ello. Pues bien, el alma y el corazón serían los principales ingredientes del trabajo realizado por los profesores y tutores. Ellos son los expertos, lo hacen a diario, ahora solo tenían que utilizar diferente vehículo.


¿Qué papel jugábamos los directores en todo ello?
Principalmente, escuchar, acompañar, cuidar, animar y sobre todo confiar en ellos, en los profesores. Escuchar sus inquietudes y miedos, así como sus intuiciones y consejos para mantener el contacto con nuestros niños, para volver a arrancar el motor.
Acompañar en un camino totalmente nuevo para todos. Hemos aprendido que la distancia no separa. Al contrario, une más si los vínculos previamente establecidos son firmes. Juntos hemos experimentado nuevas herramientas, nuevas oportunidades y también duras experiencias.
Cuidar es fundamental. Hemos visto cómo las jornadas de trabajo se prolongaban más allá de lo nunca visto, desapareció el timbre, no había horarios. Es de vital importancia respetar tiempos de descanso, establecer obligados momentos de desconexión y comprender y tener en cuenta las diferentes situaciones personales. No olvidemos que a todos afecta la distancia. Por ello se hacía imprescindible también animar a nuestros equipos de trabajo, las dificultades pueden ser muchas, pero las oportunidades también. Hay que hacer el ejercicio de verlas para mostrarlas y compartirlas. No olvidemos que la educación emocional empieza por uno mismo.
Y confiar por encima de todo. La distancia puede tenderte la trampa de la inseguridad, de la desconfianza. Pero no hay lugar para ello. Sí hemos aprendido que se hace imprescindible establecer vías de comunicación sistemáticas, secuenciar bien las acciones y medir nuestras intervenciones. De lo contrario podemos caer fácilmente en el agobio y la saturación.
Las familias. Siempre están ahí. Siempre he mantenido que hay que estar a su lado, y no enfrente y que hay que aprender a darles su sitio en la escuela. Ahora se ha hecho patente, para profesores y padres, el papel que juega cada uno de ellos en la educación de sus hijos y alumnos. Creo que ha llegado la oportunidad de emprender un camino juntos, con nuevas vías de colaboración. En los proyectos de dirección de los centros deben tener su presencia, redefinida y consensuada. Forman parte de nuestro día a día.

La distancia ha estado acompañada de soledad. No podemos obviarlo. Nos ha afectado a todos. Para los directores, acostumbrados a cierta dosis, también ha supuesto un revulsivo. Nos hemos visto obligados a encontrar y mejorar nuestras vías de comunicación y relación con profesores, alumnos y padres. Y por qué no, nos ha proporcionado enriquecedores momentos de reflexión y auto análisis. Todo suma.
Desaprovecharíamos una oportunidad de oro si no hiciéramos una serena reflexión de todo lo que la distancia nos ha aportado. Mucho de lo vivido llega para quedarse. Mucho de lo aprendido llega para cambiarnos. Ahora toca seguir descubriendo el valor de lo sencillo y por qué no, celebrar en la distancia las satisfacciones que nos brinda nuestro trabajo.


Regina de Andrés, Directora Pedagógica de Primaria
Colegio Claret de Segovia

martes, 9 de junio de 2020

Que nuestras emociones nos muevan y nuestra razón nos guíe


LAS EMOCIONES ENTRAN EN LA ESCUELA


Cualquier profesor, a estas alturas, debería tener ya claro que es imposible dejar de lado las emociones en el aula. Cuando cada uno de nuestros alumnos traspasa la puerta de clase, entra con todo su potencial para sentir y para pensar. Nadie puede dejar sus sentimientos guardados en la mochila. Para empezar, esto es así, porque, como ya demostró el neurólogo Antonio Damasio con el caso de Elliot, cuando nos falta conciencia de nuestros propios sentimientos, somos incapaces de tomar decisiones. Elliot era un abogado de éxito, pero, tras extirparle un tumor, perdió todo contacto con su “cerebro emocional” (la amígdala y otras regiones adyacentes) y, con ello, perdió toda capacidad de tomar decisiones. ¡La falta de conciencia de sus propios sentimientos le convirtió en alguien completamente apático y dependiente!


Quizás alguno ya se esté frotando las manos al ver una posibilidad de tener sentados en los pupitres una masa informe de niños apáticos sin capacidad de sentir emociones, pero la evidencia nos dice que negar nuestras emociones es perjudicial y que intelectualizar disminuye la vitalidad. Esto no quiere decir que, cayendo en el otro extremo, debamos quitar importancia a la razón frente al corazón. No, la verdadera inteligencia emocional implica que nuestras emociones nos movilicen y que nuestra razón nos guíe. Las emociones son vitales porque nos aportan información relacionada con nuestro bienestar haciéndonos saber si se están satisfaciendo o no nuestras necesidades y, con ello, la razón es fundamental porque le toca la tarea de darnos a entender cómo consigo alcanzar o desestimar lo que la emoción me propone.


Así, por ejemplo, la sorpresa, una emoción que debería estar muy presente en nuestras aulas, te informa de que algo nuevo e interesante está apareciendo y te predispone a abrirte a esa novedad. Y cuando uno de nuestros alumnos siente vergüenza, por poner otro ejemplo es porque su sistema emocional valora que está demasiado expuesto y las otras personas de la clase o el profesor no le van a apoyar en sus acciones.


¿Y qué pasa, por último, con el enfado? Pues para empezar que, si es una respuesta sana y adaptativa, nos informa de que, por ejemplo, alguien está traspasando nuestros límites. Lo sano es que un niño se enfade cuando otro le quita las pinturas sin su permiso. Otra cosa es que no sea lo más correcto solucionar el conflicto con un manotazo o un fuerte empujón. Lo que quiero decir es que la inteligencia emocional no separa entre emociones “buenas” (todas aquellas relacionadas con la alegría, el amor y la sorpresa) y “malas” (todas aquellas relacionadas con la tristeza, el enfado, el miedo o el asco), sino que distingue entre lo que siento ante acontecimientos, que pueden ser agradables o desagradables. Volviendo a nuestro ejemplo: No debe confundirse el enfado (una emoción adecuada) con agresividad (una conducta desapropiada). Una cosa es reprimir la conducta agresiva y otra que los alumnos aprendan que enfadarse es malo (cuando muchas depresiones surgen por no saber manifestar nuestro enfado o malestar).


En definitiva, urge que los docentes estemos formados lo suficientemente en inteligencia emocional para atender a nuestras propias emociones y a las que van apareciendo en nuestras aulas. 


                               Víctor Vallejo. Profesor de filosofía y religión en el colegio Claret de Madrid.

martes, 2 de junio de 2020

Retorno o no retorno


La no vuelta al colegio en septiembre

Tras la situación en la que hemos podido experimentar claramente lo que es un entorno VUCA (volatilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad), en el cual la volatilidad de nuestra sociedad se ha puesto a prueba, la incertidumbre nos ha acompañado a lo largo de los meses, la complejidad de iniciar una nueva forma de relacionarse y de actuar, y la ambigüedad a la que nos hemos visto sometidos para poder afrontar nuestro futuro, nos condiciona de tal forma que no vamos a poder volver, por mucho que lo deseemos, al día 12 de marzo del 2020, es decir, a lo que consideraríamos la normalidad que existía en esa fecha.

La propia continuidad de la forma de relacionarnos socialmente nos transmite constantemente que todo volverá a ser como antes, y esto es un error: nada volverá a ser como antes. Nuestra sociedad ha cambiado tras esta situación catastrófica, y no se trata de volver a cómo era todo previamente, sino de reinventarse y rediseñarse después de haber pasado por un suceso estresante. 



Sería más bien propio de aquellas personas que se aferran al pasado, y de aquellas personas que tienen miedo al cambio, el intentar seguir viviendo como antes, aunque esa realidad haya desaparecido. Esta reflexión me recuerda a lo que sintieron los viejos herreros del siglo XIX y siglo XX cuando aparecieron los automóviles o las locomotoras. Cuánto hubieran deseado estos profesionales que el cambio no se hubiera producido, y, sin embargo, ¿cómo podríamos considerar que fue ese cambio para nosotros progreso o retroceso?

Cuando hablamos de la vuelta a los centros escolares tenemos la mente puesta en todos los septiembres que nosotros hemos vivido a lo largo de nuestra vida, no ya como docentes, sino también como estudiantes, porque, aunque cambiaba el sistema, el nombre de los cursos, de las etapas, la fachada de los colegios o el tipo de centro, el fondo del sistema era el mismo: la vuelta al colegio. Pero, sin embargo, esta vez nos vamos a tener que enfrentar a algo nuevo.

Dentro de este retomar la actividad docente ordinaria, uno de los aspectos más sensibles de la condición humana que se va a ver trastocado es, precisamente, la comunicación. En concreto, la forma de comunicarnos. No podemos olvidarnos de que los axiomas de Watzlawick: el primero enuncia la imposibilidad de no comunicar, pues que todo comportamiento humano es comunicación; el segundo, que el mensaje va a ser interpretado por el oyente en función de la relación que tenga con el emisor. El tercero indica que todo tipo de interacción se da de forma bidireccional entre emisor y receptor. Y el cuarto, que la comunicación es digital y analógica, por tanto, se valora tanto las palabras como los gestos, el tono, la distancia o la posición. Si lo que nos ha hecho ser humanos hasta ahora, y nos caracteriza, es nuestro sistema de comunicación, el cual llega un momento que genera dos saberes o ciencias, como son la kinésia, que e ocupa de la comunicación no verbal expresada a través de los movimientos del cuerpo, y la proxémica, que estudia el comportamiento no verbal relacionado con el espacio personal, ¿como van estos saberes a asumir el cambio de la comunicación, cuando se tiene en cuenta que el 80% de la comunicación humana es no verbal?

Con respecto a la kinésia, se verán alterados, tanto por su uso mayor o menor, los siguientes elementos:

             Uno es la postura corporal: podemos mantener una posición abierta o cerrada, en esta última cruzamos los brazos o cerramos las piernas como barrera ante la otra persona, lo cual nos separa más en el proceso comunicativo.

Otro es la orientación o ángulo en el que nos colocamos con respecto al receptor, sabiendo que cuanto más de frente nos situaremos el uno del otro, mayor será el nivel de implicación. Así, debemos recordar que colocarse uno al lado del otro es una orientación hacia la cooperación, estar en ángulo recto es una posición de conversación, y estar uno frente a otro sentados se relaciona con una situación de competición.

Otro elemento, y que será uno de los que más se va a incrementar, es el uso de los gestos, que son señales que emitimos voluntariamente para acompañar al lenguaje oral. Por ejemplo, si agito la mano estoy diciendo “Hola” o “Adiós” y si levanto el pulgar quiero decir que todo va bien. Estos se llaman gestos emblemáticos, y van a ser un apoyo primordial en nuestras conversaciones, pues la distancia física nos obligará a tener que reforzar mucho nuestro mensaje con los gestos, ya que nos va a costar más vernos de cerca o incluso oírnos correctamente. También lo haremos con los gestos ilustrativos, que si bien no tienen un significado universal, los hacemos para hacer entender mejor nuestro discurso oral.

Muy importantes serán, así mismo, los gestos reguladores de la interacción: cuando yo te digo que hables más bajo o más despacio, que repitas algo, o que es tu turno para hablar, estaré haciendo gestos con las manos, o agitando la cabeza.

Por último, está la mirada, ¿qué importancia está ganando la mirada en la interacción cuando estamos utilizando mascarillas que tapan el resto de nuestro rostro? Sobre este aspecto, debemos de saber que cuanto más alejados estamos físicamente las personas que interactuamos, con más frecuencias nos dirigimos mutuamente la mirada. Así también, cuanto más nos interesa el interlocutor, también miramos más, o si queremos influir sobre él. También influye el tiempo que mantenemos la mirada, si parpadeamos más o menos, o si esquivamos con frecuencia los ojos del receptor. Todo esto nos está mandando mensajes.

Por último, están los gestos que implican estados emotivos. Las emociones tienen un fuerte componente de expresión facial y corporal. Por ejemplo, los gestos faciales quizá nos resulte más complejo captarlos, por lo que el lenguaje de los brazos, las piernas, etc., va a ser primordial para captar las señales.

Resulta entonces probable que todo este refinado y complejo sistema de comunicación cambie con la llegada de septiembre, y no es tanto el mes de septiembre, sino precisamente la palabra cambio para la que tenemos que prepararnos en ese “no septiembre”. De hecho, y aunque hablemos del entorno VUCA, no podemos obviar a Spencer Johnson cuando pone de manifiesto cuestiones tan evidentes como que ¡el cambio esta ocurriendo! Lo cual nos sugiere que nos tenemos que anticipar a ese cambio olfateando con frecuencia el queso para saber cuándo se está poniendo viejo, y nos propone que debemos de adaptarnos al cambio con rapidez, así, cuanto antes nos deshagamos del queso viejo, antes disfrutaremos del nuevo.

Tampoco querría desaprovechar esta ocasión que se me brinda para recordar al inigualable Viktor Frankl, cuando pone de manifiesto allá por los años cuarenta en la situación terrible de un campo de concentración nazi el que “sino se puede cambiar la situación, lo que hay que hacer es cambiar la percepción que se tiene de ella”.

Así que, si al final y al cabo, estamos en un tiempo de cambio, es más, ya hemos comenzado ese tiempo de cambio, no nos queda mas alternativa que centrarnos en las OPORTUNIDADES que ese nuevo tiempo con unos hábitos comunicativos diferentes a los que llevamos acostumbrados desde hace solamente unos pocos miles de años nos va a bridar. En otras palabras, cambio y progreso, pues, en último término, somos seres “inteligentes” y qué es la “inteligencia” nada más que la adaptación al entorno.

José Luis Pérez, Orientador Colegio CODEMA Gijón.


martes, 26 de mayo de 2020

La mirada de nuestros alumnos Claretianos de 2º de Bachillerato




Volver al lugar donde fuiste feliz






Ya desde el comienzo del curso pasado nos venían avisando de las complicaciones de 2º de Bachillerato: “cuidado con el próximo curso”, “es el más duro de todos”, “es una carrera de fondo…”. Claro que todos podíamos intuir que la última etapa de nuestra escolarización iba a suponer un gran reto, y que nos iba a costar mucho esfuerzo y un gran trabajo superarla. Pero, a mi parecer, esta situación supera con creces toda expectativa.

Al principio del confinamiento, el hecho de recibir clases en línea nos provocaba, incluso, la risa. Nos hacía gracia que pudiésemos desayunar mientras atendíamos las clases, que solo nos hiciera falta levantarnos cinco minutos antes, que no tuviéramos que pedir permiso para ir al servicio, y muchas otras cosas. Pero nadie, y yo me incluyo, pensaba que este tipo de clases nos agotaría tanto, o más, que las presenciales. Puede que sea por permanecer sentados tantas horas frente a una pantalla, por no poder salir a tomar el aire, o por no poder estar con nuestros compañeros, profesores y amigos, pero lo cierto es que, al cabo de unas semanas, estábamos todos exhaustos (y lo seguimos estando).

Además, en la distancia, veíamos como la tercera evaluación se aproximaba poco a poco. Entonces, ante la incertidumbre respecto a este tema, empezaron a surgir multitud de dudas sobre cómo íbamos a ser evaluados. Nadie sabía si sería por medio de exámenes, de trabajos, de ambos, o de ninguno. Esto contribuyó a que, en muchos casos, aumentara el agobio ante el final del curso, ya que toda nuestra organización para el mismo se fue a pique.

Las circunstancias que nos ha tocado vivir son históricas y, cuanto menos, excepcionales para todo el mundo. Por si fuera poco, nuestra generación tiene como añadido la presión a la que nos somete la llegada inminente de la temida EBAU. A todo el esfuerzo realizado de manera constante durante los primeros seis meses de curso, debemos ponerle todavía más dedicación, ante la imposibilidad de preparar la prueba externa de forma presencial.

Todos, tanto alumnos como profesores, hemos debido adaptarnos a las clases telemáticas, poniendo un extra de empeño para afrontar un método de enseñanza completamente novedoso para todos y cada uno de nosotros. No obstante, gracias a una buena organización desde el primer momento (incluso desde antes de que fuésemos puestos en cuarentena) y una gran implicación de ambas partes, estamos siendo capaces de sacarles el máximo provecho a las clases online. Además, aún nos queda la esperanza de la posibilidad de poder volver a las aulas pronto para poder impartir clases de repaso para la EBAU, lo que, por lo menos a un servidor, le alienta a seguir ahí.

Además de todo esto, estoy muy tranquilo y me siento muy bien preparado de cara a la prueba externa, así como de cara a mi futuro universitario y laboral, gracias, en parte, a la buena preparación que he recibido en este centro. Y especialmente en esta extraordinaria situación, puesto que, como dije antes, el colegio tomó medidas desde el primer minuto para que no perdiéramos ni el ritmo ni la tensión del estudio. A pesar del enorme reto que está suponiendo este curso, si conseguimos mantener ese ritmo durante la recta final, lograremos sacarlo adelante.

Sobre mi paso por el colegio, estoy muy agradecido por haber tenido la oportunidad de estudiar aquí, en el CODEMA, desde los tres años de edad hasta el final. Me paro a pensarlo y no escogería ningún otro centro, puede que, por la costumbre, o puede que sea porque realmente no me encontraría tan a gusto en cualquier otro lugar. Este colegio me ha permitido realizar numerosas actividades, visitar lugares, hacer viajes y conocer personas que me han cambiado y me han hecho crecer como persona, y por ello me considero verdaderamente privilegiado de formar parte de esta familia. Siempre recordarémi paso por ellacon, quizás, lágrimas nostálgicas en los ojos, pero siempre con una sonrisa de gratitud en la cara.

Sinceramente, me da una extraña sensación, entre pena y rabia, no poder despedirme como me gustaría de aquellos con los que llevo compartiendo estas aulas toda la vida, de mis actuales y antiguos profesores, ni de mis compañeros y entrenadores del equipo de baloncesto. No nos olvidemos de todos nuestros planes desbaratados para las vacaciones de verano, “el mejor y más largo de vuestras vidas”, como solían decirnos. Además, nos hemos quedado sin nuestra anhelada ceremonia de graduación, pero estoy seguro de que la llevaremos a cabo tan pronto como sea posible, aunque sea meses, o incluso años, más tarde.

Pero, en fin, ¿qué podemos hacer nosotros ante situaciones que se escapan de nuestro control? Pues nada, no nos queda otra que aguantar hasta que esto se resuelva, y tratar de aprender lo máximo posible de esta circunstancia, pues de todo se puede sacar algo positivo y constructivo. No se olviden de mantener la distancia de seguridad y no dejen de usar mascarilla y guantes. Gracias y un saludo.

Generación 2002-2020 Colegio CODEMA (Claret) de Gijón


Que llegue ya, y que no llegue nunca…


Segundo de Bachillerato, ese año que todos estamos deseando que llegue pero a la vez tememos que pase, ya que supone un principio y un final.

Desde muy pequeños, nos preparamos para lo que nos venga en un futuro, madurando cada año que pasa y cambiando así nuestra mentalidad. Pero este año es diferente, pues nadie se habría imaginado lo que ha ocurrido.De un día para otro nos dijeron que no volveríamos a clase, ni a ver a nuestros compañeros con los que tantos años llevamos conviviendo. No obstante, si algo bueno tenemos las personas es que sabemos adaptarnos a lo que nos venga, ya sea malo o bueno, y eso es precisamente lo que hemos hecho. Desde el minuto uno continuamos haciendo nuestro trabajo como si estuviéramos en el colegio todos juntos, es más, yo no he notado apenas diferencia, ya que sigo escuchando mandar callar constantemente a los profesores o las risas de mis compañeros por detrás.Quieras o no, se agradece, ya que te hace recordar que seguís juntos. Además, gracias a la tele-docencia estamos aprendiendo cosas nuevas que nos vendrán bien para los años siguientes o para este que estamos viviendo mismamente.

Por otro lado, no dejamos de estar en la etapa final de nuestro paso por el colegio, que jamás pensamos que la pasaríamos así. Es un poco triste porque sabes que ya no volverás a estar como antes y, quieras o no, es lo que hay. Sin embargo, si algo nos ha enseñado este centro es que siempre hay una salida para todo ayudándonos unos a otros, como hemos hecho siempre. También hemos aprendido una cosa muy importante durante estos años: conocerse a uno mismo y saber qué quieres hacer con tu vida, cuáles son tus aspiraciones y sueños. Finalmente, dejo lo mejor para el final, lo más importante y valioso de todo, es que no nos vamos sin más, sino que nos llevamos con nosotros a todos los profesores y personas que nos han ayudado durante esta etapa de nuestra vida.Eso sí, dejando un pedacito de nosotros en el colegio. Porque donde fuiste feliz, siempre acabas volviendo.

Generación 2002-2020 Colegio Corazón de María (Claret) de Zamora


La unión, el mejor antivirus

Quién iba a decir que cuando anunciaron por la tele, hace ya un par de meses, que cesaban las clases presenciales a raíz de un virus, iba a ser probablemente el último día que volvería a pisar el colegio en mi vida. Y desde entonces aquí estoy, sentado en mi habitación, intentando invertir el tiempo de cada día lo mejor que puedo. Porque sin duda, el tener que enfrentarnos a una situación tan crítica, a dos meses vista de una prueba rodeada de incógnitas y que va a marcar mi futuro académico, es un completo desafío. Además, la mayoría de nosotros, incluidos los profesores, nos hemos tenido que adaptar a un estilo de clase a distancia rápidamente, y aún así, dentro de este caos subyace la voluntad de sobreponernos a esta situación, de seguir adelante todos juntos a pesar de las circunstancias y poner en el punto de mira a la selectividad con la que tanto nos han dado la matraca estos dos años. Clases online diarias, trabajos, mensajes, exámenes, llamadas para saber cómo estamos…, todos hemos puesto de nuestra parte para darle la vuelta a la situación, recibiendo así una lección de vida que vamos a guardar siempre: la unión hace la fuerza. En fin, espíritu claretiano en estado puro.

Generación 2002-2020 Colegio Claret de Madrid





Sin miedo… que somos Claret!!!

Han pasado 2 meses y medio desde aquel día que nos mandaron a casa,  desde aquel día que, sin saberlo, me dirigía hacia las escaleras que tantas veces he subido, dejando atrás, por cada escalón que bajaba, miles y miles de recuerdos que me ha dado este colegio. Sí, soy alumno de 2º de bachillerato, y esos pasos fueron los últimos que di como alumno del colegio que me ha formado desde los cimientos hasta la cumbre de las primeras etapas de mi vida, durante 15 largos años. 

Poco a poco, me fui dando cuenta de la gravedad del asunto, y tras ver las noticias, percibí que lo que no quería que llegase se iba haciendo realidad. El viaje a Italia, los últimos globales con mis compañeros, las últimas clases con los profesores, los últimos agobios en el pasillo antes de un examen, las megafonías, los “¿qué tal el examen?” o los “¿qué había de tareas?”, la graduación, nuestra graduación… y tantas otras cosas que hemos visto hacer a muchas generaciones que han ido pasando a lo largo de los años y que un día soñábamos con hacer, pero debido a esta situación de pandemia, no podremos. Es una sensación rara, muy difícil de explicar, son muchos los recuerdos y muchos los momentos vividos entre estas paredes; desde hace mucho tiempo han dejado de ser cuatro paredes para convertirse en algo que ha calado muy dentro, para formar parte de nuestra identidad. 

Es duro, no voy a decir que no lo sea, no poder despedirse de todo esto como otros muchos lo han hecho, es duro pensar que te vas sin hacerlo como has querido hacerlo durante muchos años. Pero tengo claro que esta generación del 2002, se va dejando huella, y no sé si más grande o no que las demás, pero sí que sé que somos diferentes, somos una generación especial, una generación muy unida en todos los aspectos. Sentimos muy dentro que nos quedamos y que el colegio queda en nosotros para siempre.

Ánimo, fuerza y coraje, ¡que somos y siempre seremos Claret!

Generación 2002-2020 del Colegio Claret de Segovia

domingo, 17 de mayo de 2020

Los tres momentos del docente en este tiempo


EL ARMA MÁS PODEROSA DEL MUNDO


Nelson Mandela dijo en una ocasión: “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. De alguna manera ese debería ser el objetivo de cada uno de los maestros de las diferentes escuelas del mundo, convertir a nuestros alumnos en ciudadanos que mejoren la sociedad que tenemos en la actualidad. Seres autónomos, solidarios, preocupados con el medio ambiente y con un espíritu crítico para convertir nuestro entorno de dentro de 30 años en uno mejor.
El COVID19 creo que nos ha puesto a todos en nuestro lugar y ojalá en nuestra disciplina haya servido para recapacitar y reflexionar sobre lo verdaderamente importante.







Los profesores hemos pasado a lo largo de este periodo por diferentes etapas:



La primera una fase de saturación por múltiples aspectos. Entre ellos podemos destacar el exceso de trabajo, la inseguridad por el tiempo que esto iba a durar y la preocupación por la brecha digital que gran parte del profesorado, alumnado y familias sufren. Con esta brecha digital no me refiero a la falta de medios de algunas familias, que también, me refiero a la falta de formación para darle sentido desde la distancia a nuestro trabajo. Una fase en la que reinaba una preocupación excesiva por cómo hacer llegar las tareas a los alumnos, cómo usar la tecnología que nuestros centros ponían a nuestra disposición, o cómo las familias iban a responder a todos estos retos. 

En mi caso algunas de estas preocupaciones no existían, pero existía otra no menos importante: ¿Cómo poder ayudar al resto de compañeros a superar esta brecha digital de la manera menos traumática posible? Una reflexión parecida a la que en su día planteó el exjugador de los Lakers, Magic Johnson: “No te preguntes qué pueden hacer tus compañeros por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tus compañeros”

Esto se tradujo en horas de creación de tutoriales, llamadas de socorro de profesores, orientaciones sobre apps que pudiesen dar sentido a nuestro trabajo a nivel organizativo y práctico, conversaciones con maestros y miembros del equipo directivo… Una etapa dura pero reconfortante al ver como muchos compañeros conseguían en apenas unas semanas aquello a lo que no le habían prestado atención durante años.

En segundo lugar vino la fase de reflexión. Para mí esta es la fase más necesaria. Una fase en la que se piensa en el alumnado, que al fin y al cabo, siempre debe ser el protagonista. Una etapa en la que nos damos cuenta que la diversidad de situaciones de nuestras familias es muy desigual. Unas familias que viven saturadas por su trabajo o falta del mismo, por la incertidumbre e incluso en algunos casos por la enfermedad de alguno de sus miembros.

Una etapa siempre necesaria y en la que la labor del profesorado fue la de unirse, la de coordinarse; aspectos que a veces nos cuestan tanto a los maestros. Un momento para centrarnos en los niños, de ser flexibles, de pensar en las emociones y en lo verdaderamente importante en este momento. Momento para recapacitar sobre la evaluación y como ésta pierde sentido en el momento en el que no les tenemos cerca para ver su evolución diaria.

En mi nivel se tradujo en la creación de un proyecto interdisciplinar en el que los alumnos tratan de salvar a los diferentes personajes de Disney a través de retos competenciales que les hacen pasar misiones y conseguir insignias. Un trabajo que nos lleva mucho tiempo pero que creemos que merece la pena porque nuestros alumnos se ven motivados, activos e inmersos en su propio proceso de aprendizaje. 

También se trabajó el aspecto emocional a través de videoconferencias diarias o semanales con los alumnos para que ellos nos sintiesen cerca y entendiesen que lo académico quedaba en un segundo plano. 

 a tercera fase es la que más incertidumbre me despierta. Podríamos llamarla la fase del aprovechamiento. Tendrá que ver con el poso que quedará cuando todo esto haya pasado. Se traducirá en ver si esta situación nos hará plantearnos las necesidades de formarnos en la competencia digital, en la obligación de trabajar más en equipo (sin que nadie viaje gratis) y de ver las posibilidades que todas estas plataformas, apps o recursos nos pueden aportar en el futuro. 

La tecnología ha venido para quedarse porque forma parte de nuestro día a día pero lo realmente importante es la Buena Pedagogía. En la medida en que seamos capaces de integrar estos dos aspectos lograremos el pleno rendimiento y formación de alumnos preparados para el futuro.

Es difícil cambiar el concepto que las personas tienen de la profesión docente y del mundo de la educación. Resulta complicado cuando muchas de las familias han vivido un entorno educativo muy diferente en el que primaba la memorización, y lo social y emocional quedaba en un tercer o cuarto plano.

En mi opinión este es un momento propicio para hacer ver que la cercanía, la empatía y el trabajo de las emociones es fundamental en nuestras aulas. Un momento para reflexionar si aprender debe estar por encima del aprobar. Y una etapa para entender que sacar el máximo rendimiento de cada uno de nuestros alumnos sólo lo podemos lograr cambiando nuestro rol tradicional en el aula y entendiendo que la diversidad de individualidades no puede ser tratada de una manera idéntica. Una fase para plantearse si lo realmente importante en el mundo educativo es el producto o el proceso (implicación, trabajo, esfuerzo, valores, sacrificio…)

Si el COVID19 sirve para todo esto, habrá merecido la pena el esfuerzo realizado por todos los agentes del mundo educativo. Si no somos capaces de aprovecharlo, habrá sido una verdadera pena.

 ¿Seremos capaces de dar estos pasos?

Ojalá… y así se convertirá en el arma más poderosa del mundo.



Marcos Ordiales, profesor de Educación Primaria

CODEMA Gijón