La no vuelta al colegio en septiembre
Tras la situación en la que hemos podido experimentar claramente
lo que es un entorno VUCA (volatilidad,
incertidumbre, complejidad, ambigüedad), en el cual la volatilidad de
nuestra sociedad se ha puesto a prueba, la incertidumbre nos ha acompañado a lo
largo de los meses, la complejidad de iniciar una nueva forma de relacionarse y
de actuar, y la ambigüedad a la que nos hemos visto sometidos para poder
afrontar nuestro futuro, nos condiciona de tal forma que no vamos a poder
volver, por mucho que lo deseemos, al día 12 de marzo del 2020, es decir, a lo
que consideraríamos la normalidad que existía en esa fecha.
La propia continuidad de la forma de relacionarnos socialmente nos
transmite constantemente que todo volverá a ser como antes, y esto es un error:
nada volverá a ser como antes. Nuestra
sociedad ha cambiado tras esta situación catastrófica, y no se trata de volver
a cómo era todo previamente, sino de reinventarse y rediseñarse después de
haber pasado por un suceso estresante.
Sería más bien propio de aquellas personas que se aferran al
pasado, y de aquellas personas que tienen miedo al cambio, el intentar seguir
viviendo como antes, aunque esa realidad haya desaparecido. Esta reflexión me
recuerda a lo que sintieron los viejos herreros del siglo XIX y siglo XX cuando
aparecieron los automóviles o las locomotoras. Cuánto hubieran deseado estos
profesionales que el cambio no se hubiera producido, y, sin embargo, ¿cómo
podríamos considerar que fue ese cambio para nosotros progreso o retroceso?
Cuando hablamos de la vuelta a los centros escolares tenemos la
mente puesta en todos los septiembres que nosotros hemos vivido a lo largo de
nuestra vida, no ya como docentes, sino también como estudiantes, porque, aunque
cambiaba el sistema, el nombre de los cursos, de las etapas, la fachada de los
colegios o el tipo de centro, el fondo del sistema era el mismo: la vuelta al
colegio. Pero, sin embargo, esta vez nos vamos a tener que enfrentar a algo
nuevo.
Dentro de este retomar la actividad docente ordinaria, uno de los
aspectos más sensibles de la condición humana que se va a ver trastocado es,
precisamente, la comunicación. En concreto, la forma de comunicarnos. No
podemos olvidarnos de que los axiomas de Watzlawick: el primero enuncia la imposibilidad de no comunicar, pues que
todo comportamiento humano es comunicación; el segundo, que el mensaje va a ser
interpretado por el oyente en función de la relación que tenga con el emisor.
El tercero indica que todo tipo de interacción se da de forma bidireccional
entre emisor y receptor. Y el cuarto, que la comunicación es digital y
analógica, por tanto, se valora tanto las palabras como los gestos, el tono, la
distancia o la posición. Si lo que nos ha hecho ser humanos hasta ahora, y nos
caracteriza, es nuestro sistema de comunicación, el cual llega un momento que
genera dos saberes o ciencias, como son la kinésia, que e ocupa de la
comunicación no verbal expresada a través de los movimientos del cuerpo, y la
proxémica, que estudia el comportamiento no verbal relacionado con el espacio
personal, ¿como van estos saberes a asumir el cambio de la comunicación, cuando
se tiene en cuenta que el 80% de la comunicación humana es no verbal?
Con respecto a la kinésia, se verán alterados, tanto por su uso
mayor o menor, los siguientes elementos:
Uno es la postura corporal: podemos mantener una posición abierta
o cerrada, en esta última cruzamos los brazos o cerramos las piernas como
barrera ante la otra persona, lo cual nos separa más en el proceso
comunicativo.
Otro es la orientación o ángulo en el que nos colocamos con
respecto al receptor, sabiendo que cuanto más de frente nos situaremos el uno
del otro, mayor será el nivel de implicación. Así, debemos recordar que
colocarse uno al lado del otro es una orientación hacia la cooperación, estar
en ángulo recto es una posición de conversación, y estar uno frente a otro
sentados se relaciona con una situación de competición.
Otro elemento, y que será uno de los que más se va a incrementar,
es el uso de los gestos, que son señales que emitimos voluntariamente para
acompañar al lenguaje oral. Por ejemplo, si agito la mano estoy diciendo “Hola”
o “Adiós” y si levanto el pulgar quiero decir que todo va bien. Estos se llaman
gestos emblemáticos, y van a ser un apoyo primordial en nuestras
conversaciones, pues la distancia física nos obligará a tener que reforzar
mucho nuestro mensaje con los gestos, ya que nos va a costar más vernos de
cerca o incluso oírnos correctamente. También lo haremos con los gestos
ilustrativos, que si bien no tienen un significado universal, los hacemos para
hacer entender mejor nuestro discurso oral.
Muy importantes serán, así mismo, los gestos reguladores de la interacción: cuando yo te digo que hables más
bajo o más despacio, que repitas algo, o que es tu turno para hablar, estaré
haciendo gestos con las manos, o agitando la cabeza.
Por último, está la mirada,
¿qué importancia está ganando la mirada en la interacción cuando estamos
utilizando mascarillas que tapan el resto de nuestro rostro? Sobre este
aspecto, debemos de saber que cuanto más alejados estamos físicamente las
personas que interactuamos, con más frecuencias nos dirigimos mutuamente la
mirada. Así también, cuanto más nos interesa el interlocutor, también miramos
más, o si queremos influir sobre él. También influye el tiempo que mantenemos
la mirada, si parpadeamos más o menos, o si esquivamos con frecuencia los ojos
del receptor. Todo esto nos está mandando mensajes.
Por último, están los gestos que implican estados emotivos. Las emociones tienen un fuerte componente de
expresión facial y corporal. Por ejemplo, los gestos faciales quizá nos resulte
más complejo captarlos, por lo que el lenguaje de los brazos, las piernas,
etc., va a ser primordial para captar las señales.
Resulta
entonces probable que todo este refinado y complejo sistema de comunicación
cambie con la llegada de septiembre, y no es tanto el mes de septiembre, sino
precisamente la palabra cambio para la que tenemos que prepararnos en ese “no
septiembre”. De hecho, y aunque hablemos del entorno VUCA, no podemos obviar a
Spencer Johnson cuando pone de manifiesto cuestiones tan evidentes como que ¡el
cambio esta ocurriendo! Lo cual nos sugiere que nos tenemos que anticipar a ese
cambio olfateando con frecuencia el queso para saber cuándo se está poniendo
viejo, y nos propone que debemos de adaptarnos al cambio con rapidez, así,
cuanto antes nos deshagamos del queso viejo, antes disfrutaremos del nuevo.
Tampoco querría desaprovechar esta
ocasión que se me brinda para recordar al inigualable Viktor Frankl, cuando
pone de manifiesto allá por los años cuarenta en la situación terrible de un
campo de concentración nazi el que “sino se puede cambiar la situación, lo que
hay que hacer es cambiar la percepción
que se tiene de ella”.
Así que, si al final y al cabo, estamos
en un tiempo de cambio, es más, ya hemos comenzado ese tiempo de cambio, no nos
queda mas alternativa que centrarnos en las OPORTUNIDADES que ese nuevo tiempo con unos hábitos comunicativos
diferentes a los que llevamos acostumbrados desde hace solamente unos pocos
miles de años nos va a bridar. En otras palabras, cambio y progreso, pues, en
último término, somos seres “inteligentes” y qué es la “inteligencia” nada más
que la adaptación al entorno.
José Luis Pérez, Orientador Colegio CODEMA Gijón.