Si tuviéramos que describir cómo ha sido nuestro trabajo en los últimos tres meses, tardaríamos en encontrar las palabras precisas que definieran un tiempo lleno de incertidumbres, oportunidades y nuevos retos. En cuestión de días, incluso horas, nos vimos obligados a dejar atrás nuestras afianzadas formas de hacer para iniciarnos en un mundo nuevo para la docencia. De la noche a la mañana nos encontramos con una barrera infranqueable entre nuestros alumnos (y sus familias) y el colegio y sus profesores: LA DISTANCIA.
Nuestras rutinas perdieron el sentido, entradas y salidas, saludos y miradas, recreos y timbres, pasillos y aulas desaparecían para dar paso al único nexo de unión que nos quedó: la pantalla de un ordenador. De pronto nos encontramos ubicados en el salón de cada una de las casas de nuestros alumnos. No podíamos dar crédito, pero así fue. Había pues, que recalcular. En nuestro GPS debíamos encontrar cuál sería la mejor ruta para seguir nuestro camino. Y así hicimos.
¿Por dónde empezar?
Nuestro punto de partida estuvo
claro: Nuestra prioridad, el bienestar de nuestros alumnos y sus
familias. Nuestro lugar, a su lado, acompañando, cuidando, ofreciéndoles lo que
estuviera en nuestra mano, dejando todo lo académico en un segundo plano para
cuidar su estado emocional ante una situación que se presentaba nueva para
todos.
¿Cómo podíamos ofrecerles nuestra
mano en la distancia? Solo había un camino, la tecnología. La tan traída y llevada tecnología. Aquella a la que
no terminábamos de darle un sitio, la tan querida por unos y denostada por
otros, venía ahora para ser la grúa que nos sacara a todos de un atolladero que
no ofrecía más que esta única salida. Ahora bien, debía ser utilizada con corazón,
debíamos imprimirle alma a la fría pantalla. Nos iba nuestra identidad
en ello. Pues bien, el alma y el corazón serían los principales ingredientes
del trabajo realizado por los profesores y tutores. Ellos son los expertos, lo
hacen a diario, ahora solo tenían que utilizar diferente vehículo.
¿Qué papel jugábamos los
directores en todo ello?
Principalmente, escuchar, acompañar, cuidar, animar y sobre todo
confiar en ellos, en los profesores. Escuchar sus inquietudes y miedos,
así como sus intuiciones y consejos para mantener el contacto con nuestros
niños, para volver a arrancar el motor.
Acompañar en un camino totalmente
nuevo para todos. Hemos aprendido que la distancia no separa. Al contrario, une
más si los vínculos previamente
establecidos son firmes. Juntos hemos experimentado nuevas herramientas, nuevas
oportunidades y también duras experiencias.
Cuidar es fundamental. Hemos visto cómo las jornadas de trabajo se
prolongaban más allá de lo nunca visto, desapareció el timbre, no había
horarios. Es de vital importancia respetar tiempos de descanso, establecer
obligados momentos de desconexión y comprender y tener en cuenta las diferentes
situaciones personales. No olvidemos que a todos afecta la distancia. Por ello
se hacía imprescindible también animar a nuestros equipos de trabajo, las
dificultades pueden ser muchas, pero las oportunidades también. Hay que hacer
el ejercicio de verlas para mostrarlas y compartirlas. No olvidemos que la
educación emocional empieza por uno mismo.
Y confiar por encima de todo. La distancia puede tenderte la trampa
de la inseguridad, de la desconfianza. Pero no hay lugar para ello. Sí hemos
aprendido que se hace imprescindible establecer vías de comunicación
sistemáticas, secuenciar bien las acciones y medir nuestras intervenciones. De
lo contrario podemos caer fácilmente en el agobio y la saturación.
Las familias. Siempre están
ahí. Siempre he mantenido que hay que estar a su lado, y no enfrente y que hay
que aprender a darles su sitio en la escuela. Ahora se ha hecho patente, para
profesores y padres, el papel que juega cada uno de ellos en la educación de
sus hijos y alumnos. Creo que ha llegado la oportunidad de emprender un camino
juntos, con nuevas vías de colaboración. En los proyectos de dirección de los
centros deben tener su presencia, redefinida y consensuada. Forman parte de
nuestro día a día.
La distancia ha estado acompañada
de soledad. No podemos obviarlo. Nos ha afectado a todos. Para los directores,
acostumbrados a cierta dosis, también ha supuesto un revulsivo. Nos hemos visto
obligados a encontrar y mejorar nuestras vías de comunicación y relación con
profesores, alumnos y padres. Y por qué no, nos ha proporcionado enriquecedores
momentos de reflexión y auto análisis. Todo suma.
Desaprovecharíamos una oportunidad
de oro si no hiciéramos una serena reflexión de todo lo que la distancia nos ha
aportado. Mucho de lo vivido llega para quedarse. Mucho de lo aprendido llega
para cambiarnos. Ahora toca seguir descubriendo el valor de lo sencillo y por
qué no, celebrar en la distancia las satisfacciones que nos brinda nuestro
trabajo.
Regina de Andrés, Directora
Pedagógica de Primaria
Colegio Claret de Segovia