LAS EMOCIONES ENTRAN EN LA
ESCUELA
Cualquier profesor, a estas
alturas, debería tener ya claro que es imposible dejar de lado las emociones en
el aula. Cuando cada uno de nuestros alumnos traspasa la puerta de clase, entra
con todo su potencial para sentir y para pensar. Nadie puede dejar sus
sentimientos guardados en la mochila. Para empezar, esto es así, porque, como
ya demostró el neurólogo Antonio Damasio con el caso de Elliot, cuando nos
falta conciencia de nuestros propios sentimientos, somos incapaces de tomar
decisiones. Elliot era un abogado de éxito, pero, tras extirparle un tumor, perdió
todo contacto con su “cerebro emocional” (la amígdala y otras regiones
adyacentes) y, con ello, perdió toda capacidad de tomar decisiones. ¡La falta
de conciencia de sus propios sentimientos le convirtió en alguien completamente
apático y dependiente!
Quizás alguno ya se esté frotando
las manos al ver una posibilidad de tener sentados en los pupitres una masa
informe de niños apáticos sin capacidad de sentir emociones, pero la evidencia
nos dice que negar nuestras emociones es perjudicial y que intelectualizar
disminuye la vitalidad. Esto no quiere decir que, cayendo en el otro extremo,
debamos quitar importancia a la razón frente al corazón. No, la verdadera inteligencia
emocional implica que nuestras emociones
nos movilicen y que nuestra razón
nos guíe. Las emociones son vitales porque nos aportan información
relacionada con nuestro bienestar haciéndonos saber si se están satisfaciendo o
no nuestras necesidades y, con ello, la razón es fundamental porque le toca la
tarea de darnos a entender cómo consigo alcanzar o desestimar lo que la emoción
me propone.
Así, por ejemplo, la sorpresa, una emoción que debería
estar muy presente en nuestras aulas, te informa de que algo nuevo e
interesante está apareciendo y te predispone a abrirte a esa novedad. Y cuando
uno de nuestros alumnos siente vergüenza, por poner otro ejemplo es porque su
sistema emocional valora que está demasiado expuesto y las otras personas de la
clase o el profesor no le van a apoyar en sus acciones.
¿Y qué pasa, por último, con el enfado? Pues para empezar que, si es
una respuesta sana y adaptativa, nos informa de que, por ejemplo, alguien está
traspasando nuestros límites. Lo sano es que un niño se enfade cuando otro le
quita las pinturas sin su permiso. Otra cosa es que no sea lo más correcto
solucionar el conflicto con un manotazo o un fuerte empujón. Lo que quiero
decir es que la inteligencia emocional
no separa entre emociones “buenas” (todas aquellas relacionadas con la
alegría, el amor y la sorpresa) y “malas” (todas aquellas relacionadas con la
tristeza, el enfado, el miedo o el asco), sino que distingue entre lo que
siento ante acontecimientos, que pueden ser agradables o desagradables.
Volviendo a nuestro ejemplo: No debe confundirse el enfado (una emoción adecuada) con agresividad (una conducta desapropiada).
Una cosa es reprimir la conducta agresiva y otra que los alumnos aprendan que
enfadarse es malo (cuando muchas depresiones surgen por no saber manifestar
nuestro enfado o malestar).
En definitiva, urge que los
docentes estemos formados lo suficientemente en inteligencia emocional para
atender a nuestras propias emociones y a las que van apareciendo en nuestras
aulas.
Víctor
Vallejo. Profesor de filosofía y religión en el colegio Claret de Madrid.
En el mes de Mayo de 1980 se celebró en Madrid la "VI Convención Internacional se Entidades Educativas", sobre lA Incidencia de la enseñanza en la formación personal.- Una de las Ponencias trataba sobre la Formación de los Educadores"
ResponderEliminarPresenté entonces un Comunicación con el título "PREPARACIÓN DE PROFESORES PARA UNA ESCUELA ACTIVA". Mis planteamientos fueron bien acogidos y el texto está publicado. Pero de poco ha cervido. Las escuelas de Magisterio siguen ancladas en planteamientos del siglo XIX.
Un año antes, se celebró en Barcelona, el "IV Congreso Europeo de Escuelas Libres y Autónomas", los días 2627 de Mayo de 1979.
ResponderEliminarUna de las Ponencias trataba de "El niño, ante la Sociedad en cambio". Presentamos una Comunicación, con el título "¿Víctima o Protagonista?". Sorprendió el planteamiento, pero el tiempo nos ha dado la razón, por desgracia. Hace falta un radical cambio en la educación, para hacer que los seres humanos sean protagonistas de su proceso educativo, capaces de la "autorregulación" de su proceso educativo, sin ser manipulados ni víctimas de los instrumentos.
La alarma y el aviso fueron dados con tiempo.... pero los niños, hoy, siguen siendo esclavos del progreso..