¿QUÉ HAY DETRÁS
DEL PACTO EDUCATIVO GLOBAL?
El 12 de
septiembre de 2019 el papa Francisco escribió: “Todo cambio necesita un
camino educativo para generar una nueva solidaridad universal y una sociedad
más acogedora”. El cambio de mentalidad que él proponía en la encíclica Laudato
Si’ (2015) -y que luego desarrolló en la encíclica Fratelli tutti
(2020)- pasaba por un pacto educativo global que implicase renovar “la
pasión por una educación más abierta e inclusiva, capaz de escuchar con
paciencia, diálogo constructivo y comprensión mutua”. Para lograr este
objetivo propuso un evento mundial para el 14 de mayo de 2020 en el aula Pablo
VI del Vaticano.
Su deseo de
encontrar soluciones, iniciar procesos de transformación sin miedo y mirar al
futuro con esperanza adquirió un nuevo significado tras la irrupción de la
pandemia y sus graves consecuencias en el campo de la educación. El Papa llegó
a calificar de “catástrofe educativa” el hecho de que unos diez millones de
niños en todo el mundo pudieran verse obligados a abandonar la escuela debido a
la crisis generada por el coronavirus. Esta catástrofe no haría sino agrandar
la brecha educativa que afecta a más de 250 millones de niños en edad escolar
excluidos de toda actividad educativa.
Para entender
el significado de esta atrevida propuesta del papa Francisco, que luego ha
tenido diversos desarrollos, hay que prestar atención a las tres palabras que
la condensan. Se trata, en primer lugar, de un pacto, de una alianza. El
Papa no impone nada ni da recetas para resolver los problemas. Invita a los
agentes implicados a compartir sabiduría y a buscar soluciones juntos. La
escuela no puede ser un permanente campo de batalla. Pactar significa “acordar
algo entre dos o más personas o entidades, obligándose mutuamente a su
observancia”. El principio jurídico pacta sunt servanda (los pactos
están para cumplirse) adquiere nueva urgencia en el campo de la educación. En
segundo lugar, no se trata de un pacto económico (para ganar más), político
(para conseguir más votos) o ideológico (para adoctrinar en una determinada visión
del mundo), sino educativo. Su objetivo es lograr una educación de
calidad que acompañe los procesos de cambio en los que la humanidad está
embarcada en este primer tercio del siglo XXI. Finalmente, se habla de un pacto
global en el sentido más amplio de la palabra: afecta a todas las
dimensiones de la educación, a todos los sujetos implicados y a todos los
países y regiones. En un mundo globalizado, no cabe imaginar una educación
acotada al propio contexto. Educamos para el mundo de la sociedad de la
información, para ser ciudadanos de la aldea global.
¿Qué
implica un pacto de esta naturaleza? Podríamos hablar de una especie de C-7; es
decir de siete claves que constituyen el terreno común para el trabajo de
búsqueda conjunta.
1.
Poner a las personas en el centro de todo
proceso educativo formal y no formal. Por importantes que sean los
contenidos y aun los procesos, lo esencial es servir a la persona.
Parafraseando el dicho de Jesús, podríamos decir que “la educación es para la
persona y no la persona para la educación”. Esta clave implica una antropología
en la que la persona (con independencia de su sexo, edad, raza, religión,
lengua o condición social) nunca es un medio al servicio de otros fines, sino
un fin en sí mismo. Por lo tanto, es digna, libre y responsable.
2.
Escuchar la voz de los niños, adolescentes
y jóvenes a quienes se transmiten valores y conocimientos, para
construir juntos un futuro mejor. La escucha se convierte en el punto de
partida de todo proceso educativo. Solo desde ella se puede captar la
singularidad de cada persona, sus necesidades más profundas, sus expectativas y
los talentos y posibilidades que atesora.
3.
Fomentar la participación de los educandos
en los procesos educativos, de manera que no queden reducidos a meros
destinatarios, sino que se reconozca, fomente y celebre su protagonismo.
4.
Considerar a la familia como primera e
indispensable educadora para que familia y escuela concurran de manera
complementaria en la tarea de educar a los niños y jóvenes. Se suele decir que
la escuela forma y la familia educa, pero quizá es más justo reconocer que ambas
instancias son a la vez educativas y formadoras.
5.
Prestar una atención especial a los más
frágiles y vulnerables, respetando su situación, respondiendo a sus
necesidades especificas y buscando juntos su integración.
6.
Estudiar en las diversas etapas de la
educación otras formas de entender la economía, la política y el progreso,
de manera que no se eduque solo para el modelo social y cultural presente, sino
para un mundo que sea cada vez más humano. Esto implica un nuevo concepto de “ciudadanía
global” que ayude a superar la clave de la competitividad y la sustituya por la
de la fraternidad universal (Fratelli tutti).
7.
Capacitar para la salvaguarda de la “casa
común” ayudando a conocer la situación de nuestro planeta y la
explotación sostenible de sus recursos, fomentando actitudes de respeto hacia el
entorno natural y humano y creando hábitos de consumo sobrio y solidario.
¿Hay lugar para Dios en este pacto educativo global? Si, como decía san Ireneo, “la gloria del Dios es que el ser humano viva”, todo lo que se haga por una educación que favorezca la vida es un reconocimiento implícito de la gloria de Dios. El santo de Lyon añadía que “la vida del ser humano consiste en la visión de Dios”. ¿No es este el desafío de una educación verdaderamente integral, también en las sociedades pluralistas como la nuestra?
Gonzalo Fernández Sanz, CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario