Querido Francisco.
Es probable que se hayan dirigido
a ti en estos días más personas de las que lo hicieron en vida, y eso es mucho
decir.
Es posible que se hable más de ti
y de tu legado ahora, que en todo tu pontificado, y eso también es mucho decir.
Tu imagen, tus palabras, tus
entrevistas… tienen ahora mucha mayor difusión y relevancia que cuando estabas
entre nosotros, y eso solo pasa con las grandes personas.
En el fondo es un grito unánime: NO TE VAYAS. Personas como tú no deberían irse nunca. Por lo que eres, por lo que dices, por cómo lo dices. Te gustaba ser el centro de atención, pero solo para señalar al Resucitado, para conducir al Reinado de Dios a todo el que se acercaba a ti.
Hay una cosa que me enternece
especialmente. Tu amor por María (y en María por TODO el mundo). Compartimos
pasión por la Basílica Santa María la Mayor. Cuna del dogma de María como Madre
de Dios. Tuve la oportunidad de visitarla unos días antes de que tú la
visitaras por última vez, y pude sentir la emoción de recitar el Ave María…
Santa María Madre de Dios.
A Ella te consagraste, en Ella
descansas, muy cerca de su advocación como Santa María de Salud. Os seguiremos,
Tu Iglesia recogerá el testigo, desde la Madre como primera creyente hasta tu
testimonio como gran creyente.
No dejaremos caer en el olvido
tus grandes intuiciones. Que la casa común (la Tierra) tiene derechos, que la
Escuela Católica tiene que ser Universal y estar especialmente atenta a las
necesidades del Mundo (el Pacto Educativo Global); que la Paz la construimos
todos, aunque sólo unos pocos tienen el poder de destruirla; que la Iglesia,
cuanto más pobre y con los pobres, más a Dios se acercará.
Humildemente te damos las gracias; los que somos y nos llamamos Hijos de Corazón de María, desde nuestra pedagogía inspirada en la “cordialidad” agradecemos tu vida y tu servicio, tu ministerio y tu testimonio. Seguiremos tu senda, no lo dudes. Seguiremos los caminos que tú has iniciado. Bendícenos desde el Cielo.
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