EL ACOMPAÑAMIENTO FAMILIAR
La
sociedad actual y la familia
La salud de una sociedad depende en gran medida
de la fortaleza de sus familias. En el entorno familiar se aprende lo que es el
amor, la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Sin embargo, en el
mundo actual, en medio de transformaciones culturales muy rápidas y una
sociedad cada vez más fragmentada, muchas personas se están distanciando de
aquello que les permite construir relaciones profundas y auténticas con los
demás. Vamos a revisar algunos de estos cambios culturales que impactan
negativamente y de forma específica en las familias:
1.
El individualismo: se ensalza la autosuficiencia
personal y se debilita la idea de que las relaciones estables y los vínculos
duraderos son esenciales para el desarrollo humano. Esta mentalidad ha
contribuido al aumento de la soledad, fenómeno que no solo afecta a individuos,
sino también a familias enteras que se sienten aisladas y sin apoyo. En muchos
hogares se observa cómo cada miembro vive centrado en su propio mundo,
compartiendo poco tiempo, pocas conversaciones y pocos proyectos en común. Esto
dificulta construir una verdadera vida familiar, basada en la colaboración, el
compromiso y la conexión emocional.
-
La transformación digital: la tecnología ha
transformado profundamente la vida familiar. Los dispositivos digitales permiten que, estando
físicamente presentes, se esté a la vez ausente mental y emocionalmente,
permaneciendo cada uno inmerso en un mundo separado, hay desconexión emocional.
-
La incorporación plena de la mujer al mercado
laboral: junto a los cambios en los roles de género han hecho surgir nuevas
dinámicas familiares: las diferencias entre hombres y mujeres tienden a
diluirse y esto puede ocasionar confusión aunque es fuente de enriquecimiento
en la complementariedad.
-
La
mirada desconfiada o desesperanzada a la familia. Se ha instalado la idea de
que formar una familia limita el desarrollo personal o que es muy difícil que
una relación estable funcione a largo plazo. Como consecuencia, los conflictos
normales de la convivencia —que siempre han existido— ya no se ven como oportunidades
de crecimiento, sino como señales de fracaso que justifican la ruptura. Sin
embargo, la mayoría de estas dificultades no son definitivas; pueden superarse
y, de hecho, muchas familias lo logran. Este pesimismo
proviene, en buena medida, de la comparación con un modelo idealizado de
familia que no existe en la realidad. En la vida real no hay familias
perfectas, sino personas reales, con fortalezas y debilidades, que construyen
sus vínculos día a día. Por eso es fundamental mirar la familia desde la
realidad y con una visión esperanzadora que valore su potencial transformador.
-
La falta de un lenguaje cercano y comprensible
para hablar del valor de los vínculos familiares. Muchas veces se usa un
discurso demasiado idealista o moralizante que no conecta con la experiencia
real de las nuevas generaciones, que sienten y deciden más desde la emoción que
desde conceptos abstractos.
Todos estos cambios culturales no han ido de la
mano de un cambio en la manera de ayudar a las familias. La clave para aliviar esta soledad y aislamiento
emocional ya no está solo en ofrecer información o formación técnica a las
familias, sino en acompañarlas, estar cerca de ellas y ayudarlas a recorrer su
propio camino recuperando una mirada positiva hacia la familia como espacio de
crecimiento mutuo y apoyo.
¿Qué es
acompañar?
Acompañar significa, etimológicamente, compartir
espacio y tiempo con otras personas. El término indica entrelazar las cosas
cotidianas de la existencia en la construcción de una vida, lo que denota en
primer lugar que, para acompañar, hay que compartir la vida. La esencia del
acompañamiento radica en la presencia consciente para brindar apoyo a otra
persona, sin imponer, controlar ni dirigir su experiencia, respetando su
autonomía. Cabría destacar, entre otros, cuatro aspectos esenciales en la
acción de acompañar, que pueden ayudar a comprender mejor su significado y
alcance:
1º.- Acompañar requiere estar. El acompañamiento es una acción que puede
realizarse de manera preeminente en aquellos lugares donde se reúnen, actúan y
están las familias. Es decir, en las escuelas, en las asociaciones, en los
espacios de ocio o de descanso, etc.
2º.- Acompañar implica establecer un vínculo. No hay acompañamiento sin
vincularse y sin hacerse vulnerable en el vínculo. Por eso el acompañamiento no
puede ser confundido con una táctica, con una metodología para realizar
programas de éxito, o un recurso para resolver los problemas ajenos. Acompañar
consiste en establecer una relación personal que, como tal, se basa en la
confianza, que no se puede imponer, pero sí cabe ofrecer las condiciones para
que sea posible.
3º.- Acompañar no es dirigir, ni sustituir al otro en la toma de sus
decisiones, tratando de resolver sus problemas. Hasta hace unos años creíamos
que, para ayudar a las familias, bastaba con ofrecer unas ideas sobre cómo
deben hacerse las cosas, con un estilo que podríamos llamar “directivo”. Quizá
en ocasiones hemos olvidado que la formación requiere contar con la libertad de
las personas. Acompañar es mostrar, es enseñar a hacer, es también ayudar a
descubrir los propios recursos para resolver las dificultades.
4º.- Por último, acompañar no es una necesidad solo para los momentos de
crisis. El acompañamiento debe plantearse como tarea que actuará de manera
preventiva para las situaciones de conflicto. A pesar de todo, habrá momentos
en los que las dificultades se acentúen, o una familia pase por circunstancias
especialmente difíciles. Entonces, acompañar requiere partir de la base de que
la crisis no es necesariamente un fracaso irreparable. Las crisis son siempre
una amenaza, pero son también un reto y una oportunidad de mejorar, una ocasión
de renovarse y descubrir nuevas facetas en las personas y en las relaciones.
¿Quién puede acompañar?
Cualquier persona o grupo con experiencia en
relaciones familiares puede acompañar, pero idealmente, son parejas o familias
con trayectoria que actúan como testigos y guías. En virtud de su experiencia
específica, podrán intervenir como acompañantes de las parejas. Los cónyuges
que se ponen a disposición de este servicio se benefician enormemente: llevar a
cabo un compromiso juntos y anunciar el valor de la familia fortalece su propia
relación. Acompañar requiere una formación y un estilo adecuados al recorrido.
Los acompañantes deben tener como objetivo resaltar la dignidad y el valor de
cada persona y, al mismo tiempo, la belleza de la unión conyugal y familiar. El
perfil incluye ser empático, no juzgador, con habilidades para escuchar y guiar
sin imponer, y con conocimiento de dinámicas relacionales generales y de
pareja, habilidades de comunicación y diálogo.
Los acompañantes deben ser capaces de ofrecer un
tono propositivo, persuasivo y alentador, orientado hacia el bien.
Conclusión
En un mundo marcado por cambios sociales que han
impactado gravemente en las familias, el acompañamiento emerge como una
herramienta esencial para revitalizar los vínculos familiares de forma
saludable. Más allá de ofrecer soluciones técnicas o directivas, acompañar
implica estar presente, establecer relaciones de confianza y respetar la
autonomía de cada familia, guiándola hacia su propio crecimiento, potenciando
todo su poder transformador de la sociedad en la que vivimos.
Dra. Lucia Gallego Deike
Médico Psiquiatra
Experta en terapia familiar
Directora médica de Emooti



